Un espacio para la reflexión

Constantemente escuchamos en la radio y en la televisión y leemos en los diarios y en notas de internet acerca del preocupante aumento de la violencia en nuestras sociedades. Los padres y adultos en general suelen mostrarse especialmente alarmados por la violencia entre nuestros niños y adolescentes, preocupación que se ve incrementada por las noticias acerca de casos de bullying.

Y, no obstante esta alarma, pareciera que a los adultos nos cuesta cada vez más trabajo poder decidirnos a educar a los niños, niñas y adolescentes.

Unos años atrás, cuando muchos de los que hoy somos adultos éramos niños, todos tuvimos la experiencia de que un adulto desconocido nos llamara la atención si pensaba que estábamos haciendo algo inadecuado o simplemente no estábamos comportándonos de manera amable. Una señora en la calle nos reprendía por no detener el balón mientras ella pasaba, un hombre nos reñía por usar malas palabras en frente de los adultos, la cajera de una tienda nos imprecaba que gritáramos demasiado alto o no pidiéramos las cosas por favor.

¡Y qué decir de los conocidos de nuestros padres y de los vecinos! O de los maestros y de nuestros padres. Constantemente, como niños, recibíamos el mensaje de que se esperaba de nosotros un comportamiento amable y educado.

Hoy día, bueno, si encontramos a un niño o a una niña comportándose como un pequeño Nerón con su madre en el supermercado, lo más común es que los adultos alrededor no intervengan, fingiendo demencia o ceguera. Y, en muchos casos, son los mismos padres y maestros quienes toleran actitudes de los pequeños y adolescentes que definitivamente no contribuyen a un mundo más pacífico.

Aunque el problema en cuestión es sin duda complejo, probablemente un elemento importante se relaciona con la formación que, desde casa, ofrecemos a los niños en cuanto a civilidad. Pareciera que los maestros y otros adultos han abandonado los intentos de llamarle la atención a un niño, pensando que son sus padres quienes deben hacerlo. Y pareciera que, o los padres esperan que sean los maestros quienes eduquen a sus hijos, o simplemente no encuentran el equilibrio para brindar a los pequeños - y no tan pequeños - una educación que no reprima a los pequeños, pero que merezca llamarse a sí misma una verdadera formación.

Nos parece, por todo ello, muy interesante un artículo aparecido recientemente (Julio de 2014) en la versión electrónica del Washington Post, acerca de la importancia de educar niños y niñas amables y empáticos. Este artículo reseña las investigaciones de Richard Weissbourd, un investigador de Harvard, acerca del tema, invitándonos a considerar cinco estrategias al respecto. Considerando que es un texto interesante y valioso, lo hemos traducido y lo ofrecemos a continuación.

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